“Voy al bar” es el boletín quincenal de Bar de viejes sobre todo eso que son los bares de viejes: conversa popular, hambre, historia, literatura, amor, política, amistad y más.
“Voy al bar” es el mantra que heredamos de generación en generación para nombrar un ritual cotidiano. Cada unx repite ese mantra con un significado particular –cada quien tiene su bar– pero participa de un sentido universal: el bar que es ese hogar fuera del hogar. Una especie de tiempo compartido más cotidiano, barato y anárquico.
Bienvenidx al bar.
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Hola:
¿cómo estás?
I. Estos últimos meses, gracias al ciclo de encuentros en bares llamado Bar Abierto, salí bastante de Buenos Aires y viajé a otras ciudades y provincias de la Argentina. Lugares cercanos, pero diferentes al fin: La Plata, Rosario, Bahía Blanca. El sábado 15/10 será la edición #11 en el mítico bar Bon q Bon en la Ciudad de Córdoba. Me gusta viajar y también me gusta volver. Algo que llamó mi atención en la búsqueda de bares para hacer los encuentros es que son bienes escasos. Y a medida que nos adentramos en ciudades más chicas, se cuentan con los dedos de la mano. Así como Bar de viejes se vuelve cada vez más federal, visibilizo cómo el problema de la pérdida de nuestro patrimonio también lo es.
II. En mi travesía por Bahía Blanca para hacer el encuentro en el casi único bar de viejes bahiense, el bar “Miravalles”, me permití perderme. No conocía Bahía y en general me habían hablado bastante mal de la ciudad. Por su extrema militarización, por el polo petroquímico, por su historia política. “Yo solamente puedo pensar / en que me quedé sin trabajo, en esta ciudad/ de la que un escritor / que no nació en esta ciudad / está diciendo es / la ciudad de la que se habla mal, la ciudad maldita, la ciudad / cargada de una disposición adversa/ en que algunas esperanzas no valen el esfuerzo”, dice un poema de Valeria Tentoni. Los propios bahienses no parecen tener una respuesta clara ante el conocido ¿qué se hace en Bahia? y ante la pregunta “¿te gusta vivir en Bahía?”, no hay efusiones, ni fanatismos, ni respuestas optimistas. Tampoco hay un “circuito gastronómico”, de hecho, no se consume pescado ni mariscos porque la relación de la ciudad con el mar está atravesada por conflictos económicos y ecológicos complejos. La historia de Bahía está plagada de pérdidas: la pérdida del acceso al mar, la pérdida del ferrocarril. De esas pérdidas se trató también el encuentro de Bar Abierto en el Miravalles. Ya me detendré en otra entrega de este boletín en Bahía Blanca porque parece la síntesis de un futuro postapocalíptico que parecemos no poder observar, quizás porque al terror no se lo puede mirar a los ojos. Pero Bahía me dejó pensando en la pérdida, en ese no saber qué hacer y en la poesía.
“no existe un mapa
de esta ciudad
lo suficientemente complejo.
Nadie puede
llegar hasta mí.”
Anahí Mallol, Polaroid
III. Walter Benjamin habla de cómo la modernidad fue alejando a la muerte de las ciudades. Cada vez los cementerios están más lejos de los centros urbanos; a los muertos ya no los velamos en la intimidad de nuestro hogar. La muerte quedó vieja, pasó de moda. Esta visión se traslada a todo. Hacer ciudades donde la muerte no tiene espacio va de la mano con tirar abajo todo lo que tiene tiempo. Mientras pensaba en esto se me vinieron a la cabeza dos proyectos y personas que alumbran ideas sobre esto: Natalia Anush Kerbabian y Fabio Márquez. En consonancia con el enorme proyecto que es @bastadedemolerba, Natalia es arquitecta y creó un proyecto llamado @ilustroparanoolvidar donde trabaja con el patrimonio arquitectónico ilustrando las demoliciones de la ciudad de Buenos Aires. Fabio, alias @paisajeante, es Licenciado en Diseño del Paisaje y trabaja en relación al diseño participativo, la biodiversidad urbana y el patrimonio del paisaje. Les pregunté a ambos qué significa el patrimonio y coincidieron en que es un concepto que engloba una sensibilidad. “El patrimonio arquitectónico deviene también en emocional y cultural porque la arquitectura obra como espacio y piel de las cosas que suceden dentro y fuera, y nos afectan y hacen escenario y huella”, dice Natalia. Fabio coincide también en que el patrimonio cultural, “más allá de que sea tangible o no, es algo que moviliza, conmueve, identifica, sensibiliza, ya sea por lo singular, lo excepcional o lo que es de un momento.” Recomiendo que los sigan, si aún no lo hacen, porque tienen una propuesta de valor (algo escaso hoy en día).
IV. Fabio camina por la ciudad y rescata y visibiliza, entre muchas otras cosas, la flora y fauna nativas. Nos conocimos físicamente por primera vez en un avistaje de mariposas que guiaba en la reserva ecológica. Le pregunté a ambos sobre las formas en que podemos defender nuestro patrimonio ante su escasez y vulnerabilidad, y señalaron la importancia de la comunicación de información sensible: echar luz, alzar la voz. “Y usar las herramientas que tenemos y tal vez crear más, tal vez compartiendo y hablando se creen más herramientas”, dice Natalia. Fabio dice algo que me queda resonando: “qué cosas de la actualidad serán patrimonio del futuro tendrá que ver con qué cosas del pasado hoy nosotros cuidamos para entender nuestros orígenes. El patrimonio es importante no sólo para entender de dónde venimos, sino que a partir de eso podemos reflexionar sobre un futuro que podrá ser tan diferente a como queramos protagonizar su transformación.”
Volver a dar vitalidad a lo que parece muerto, demolido, en ruinas. Hace poco propuso un concurso ciudadano “para refuncionalizar, restaurar y conservar los buzones del correo que están en las veredas de la ciudad para sostenerlos como hitos patrimoniales en el paisaje urbano y que presten nuevo uso.” Los dibujos de Natalia vuelven a armar un tejido de lo que se rompió y son un puente para sumar relatos a las historias de esas construcciones que ya no están más en las calles.
Natalia volvió a dibujar después de ser madre en una especie de acto de comunión entre infancia y adultez. “@ilustroparanoolvidar surge ante la acumulación de impotencia durante todo un año post pandemia cuando vuelvo a la calle y veo en vivo la demolición de Olazábal y Vidal. Eso me parte, me atraviesa y ese mismo día arranco a ilustrar y no paré de ilustrar demoliciones.” Natalia dibuja desde pequeña, pero cuando tuvo a su hija recuperó el trazo liviano. “Esa es la forma en que manifiesto la honra ante la pérdida de la arquitectura física, pero guardándola en memoria con cierto movimiento y vida.”
Quizás las líneas blandas sean la forma de asimilar lo duro de nuestras pérdidas, pienso.
V. Mariana Enríquez habla en una entrevista de esa generación anfibia, en la que me encuentro, que vivió sin internet y que fue testigo de ese mundo dual, aquel de la realidad virtual y de la realidad material. “La ventaja de una persona que conoció las dos cosas debería ser, por lo menos, a fuerza de comparación, entender un poco más”, dice. Hoy ya no hay más esas dos realidades, todo es la misma realidad. “Esos dos planos los podías sentir al principio de internet porque incluso ingresar al plano de la realidad material era más complejo”, dice Mariana. Antes por lo menos había cables, hoy ya ni siquiera eso, quedan cada vez menos. Ahora, ¿qué es entender un poco más? Este tema es una de mis nuevas obsesiones. Fuimos testigos de este proceso de desmaterialización, de porosidad, de pasar de vivir anclados en objetos materiales y cosas que pesaban y duraban, de “tener un patrimonio” a almacenar “datos en la nube”.
Creo que entender un poco más significa tener responsabilidad, como aquella capacidad de responder. Natalia dice también esto: es un derecho y una obligación que tenemos no dejar que se borre algo que nos pertenece.
VI. Hace poco me encontré con una chica que quería hacerme una entrevista para una revista. Durante la charla, le conté que antes de las redes y de google maps y del celular inclusive, yo iba con mis libretas de acá para allá escribiendo coordenadas de bares, intersecciones de esquinas que me llamaban la atención. Ella me pidió si le podía enviar fotos y entonces fui a buscar en mis libretitas viejas los rastros de mis recorridos. No encontré todas, pero sí muchas listas, frases sueltas, fragmentos de conversaciones en los bares. Una señora, por ejemplo, dijo en Varela Varelita en 2012 (?) “estamos viendo a Nietzsche, pero desde el punto de vista de la gastronomía”. Un señor dijo en 2011 (?) en el bar Gavilán (que en paz descanse): “no soy borracho, soy sociable”.
Si puedo nombrar algo así como una génesis de Bar de viejes es el momento en que decidí perderme por la ciudad. Este mapa aparece como consecuencia de haberme perdido mucho durante muchos años. La insistencia en ir sin saber adónde iba y de leer también una ciudad a través de textos, de literatura. Una ciudad en la cabeza; un mapa desde y sobre la pérdida.
Perder significa también dar algo por completo, mientras que demoler es arruinar, deshacer. ¿Seremos acaso la generación anfibia que debe capturar el espacio de esa diferencia?
Ante la pérdida, ante ese no saber qué hacer, algunxs insistimos con lo sensible. Una suerte de vindicación de la poesía, que sirve –como dice Fabían Casas- para transformar el dolor en aventura.
“Prometo
años de tabaco
alcohol
y prácticas de canto
para escribir
unos versos tan reales
como un par
de pantalones Levis
como un café
con una medialuna
(¿cómo puede ser
que la combinación
de elementos simples
pueda dar
un resultado
mágico?)"
Anahí Mallol, Polaroid
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¡Gracias por leer!
Te recuerdo que, si estás en Córdoba o tenés amigues cordobeses, el sábado 15/10 será la edición #11 de Bar Abierto para encontrarnos en el bar a poner el cuerpo, hacer y festejar. Va a haber cuarteto, como corresponde.
También te cuento que hay muchas formas de apoyar este proyecto. Podés suscribirte a este boletín, difundirlo en redes, comprar una gorra o piluso para recibir a la primavera, charlar sobre estos temas y, sobre todo, usar el mapa y habitar los bares.
Es realmente importante que todxs tomemos conciencia y nos movilicemos.
Hasta la próxima. Nos vemos en los bares.
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